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La industria cultural o la acuciante necesidad de estar «a la pàge»

A la izquierda Max Horkheimer estrecha la mano de Theodor Adorno  en 1965 en la localidad de Heildeberg.

A la izquierda Max Horkheimer estrecha la mano de Theodor Adorno en 1965 en la localidad de Heildeberg.

Los filósofos Theodor Adorno  y Max Horkheimer reflexionaron  entre los años 1944 y 1947 sobre la industria cultural en uno de los capítulos de su libro «Dialéctica de la Ilustración». A través de este artículo los autores consideraban que la cultura tratada como cualquier otro bien de consumo, estandarizada y producida en serie,  servia a los intereses de las ideologías totalitarias. Según estos pensadores «en contraste con la era liberal, la cultura industrializada puede, como la fascista, permitirse la indignación frente al capitalismo, pero no la renuncia a la amenaza de castración; esta última constituye toda su esencia.

Adorno y Horkheimer pensaban que tanto las obras de  cine, la música o el arte eran objetos  previsibles, sometidos a la industria cultural. Esto, sin embargo, tranquilizaba a las masas, ofreciéndoles un «respiro», una distracción de la realidad cotidiana. Aunque exista la ilusión de la identificación, de la diferenciación del receptor de esa obra con lo que se expone, en realidad todo estaba pensado para que no pueda escapar de un mensaje uniformado. No existe factor sorpresa cuando, justamente cualquier creación artística es un intento de cuestionar la tesis oficial.adorno-industria-cultural-televisão

El espectador no tiene que clasificar, resumir, pensar…Pero para mantener la ilusión de la libertad de elección se le ofrecen múltiples productos en el mercado. Si no los consume, se produce una frustración; si no se lee un determinado libro; si no se visiona una determinada películao si no se ha visto determinada exposición, cuyas bondades han sido previamente difundidas a través de los mass media, el espectador se siente fuera de contexto y aislado socialmente entre quienes profesan un ilusorio grupo de ideas culturales compartidas. En lugar de disfrutar con el espíritu que nos transmite una vivencia, una experiencia, creemos que somos felices si poseemos el mayor número de artefactos culturales posibles.